Tres pasos para el desarrollo de una acción.
EE.UU., (ORBITA) Por el Dr. Ramón Murray.- Existen básicamente tres pasos en el desarrollo de una acción, estos son estímulo, análisis y respuesta. El estímulo es todo aquello que nos afecta sea para bien o para mal. Un estímulo puede ser una palabra hiriente o una palabra amable o un golpe o una caricia.
Al estímulo le sigue el análisis, es decir lo que se produce en nuestro razonamiento que hace descifrar y poder entender lo que ocurre. Finalmente viene la respuesta como resultado del estímulo y del análisis. La respuesta es el producto que se manifiesta a través de nuestro cuerpo y a su vez es la reacción final al desarrollo de una acción. Al ser seres pensantes, lo ideal sería que después de recibir el estímulo, pasáramos a analizarlo psicológicamente, y luego a responder. Si estos tres pasos no se ejecutan, entonces actuamos por instinto animal o natural.
La facultad de poder analizar y racionalizar las cosas es algo que los seres humanos tenemos por sobre los animales. Estas facultades están al alcance de todo aquel que quiera servirse de ellas. Cuando no existe esta transición mencionada, actuamos por instinto natural y saltamos del estímulo a lo que es una reacción. La secuencia, en el desarrollo de una acción, se destruye y se elimina un factor muy importante, que es la facultad del dominio propio; que viene a ser el análisis de las cosas que nos suceden.
El asunto es no pasar instintivamente a la reacción, sino al análisis.
El análisis es extremadamente importante porque tiene cuatro funciones:
Primero, sirve para comunicar (dejar saber) que uno está en control por más caótica que parezca la situación.
Segundo, sirve de amortiguador al impacto que presenta el golpe de estímulo.
Tercero, sirve de estudio para poder entender lo que sucede.
Cuarto, sirve de preparación para un contraataque inteligente y más efectivo.
Finalmente creo que el control de si mismo, dominio propio es una virtud, y que siendo una virtud de tanto provecho, encontraríamos una infinidad de razones por la cual uno desearía tener dominio propio. Sin embargo es una disciplina que cuesta trabajo llevarla a cabo, pero, cuando se logra, puede llegar a ser una condición de vida, un estado de vida provechoso para aquél que la vive, y para los demás. LaHaye declara enfáticamente, “El dominio de sí mismo es la solución de los cristianos para el problema creado por los arranques de furia, temor, enojo, celos etc.”
Una persona que por regla general es controlada en todos los aspectos que se desenvuelve, cometerá menos errores, vivirá más calmada, sufrirá menos estrés y actuará más sabiamente. No así aquél, que reacciona con estallidos, que pareciera incontrolable y que deja correr su agresividad emocional sin medir las consecuencias.
La diferencia entre tener un dominio propio versus tener una crisis propia, es saber quién está en control, si el cuerpo o la mente. En esos lapsos de segundos, cuando se nos ha desafiado, provocado o simplemente hemos llegado a nuestro límite, cuando sentimos que vamos a explotar, ahí es cuando necesitamos ejercitar la maestría del dominio propio. Nuestra estabilidad emocional debe estar fundada en lo que hizo Cristo por nosotros y sus promesas, y no en lo que nos dice o nos hace la gente.
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